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¿A qué huele y a qué sabe la paz de Colombia?

Por Adriana Benjumea Rua.

La paz tiene olor.

Huele a comida que se sirve caliente sobre la mesa de cada niño y cada anciana, en las noches en las que la agonía del hambre es solo un viejo recuerdo.   

Huele al sudor de jóvenes que salen del colegio cada tarde, cuando el barullo ansioso del presente se mezcla con el sueño de un futuro cierto, en el que la educación pública es un destino posible y siempre sonriente. 

Huele a la cama en donde una pareja hace el amor con deseo, sin violencia, consentido, sin discriminación ni juicios morales, con la decisión del disfrute y sin la obligación de la heterosexualidad. 

Huele al aliento cansado de trabajadores que, en las tardes y las noches, llegan a casa sin miedo a que les roben el salario justo y con tiempo suficiente para reír con quienes aman.

Huele a la casa familiar, donde todas las manos cuidan, el trabajo doméstico se reparte equitativamente así como la comida.    

Huele a río Magdalena, Pance, Cauca y Saldaña en las tardes de paseo de olla y sancocho de leña. 

Huele a sal en la galería de Quibdó, huele a mar de Bahía y huele a selva y a lo que huelen los cafetales de La Plata y de Gigante Huila.  

Huele a las flores que se ponen en las tumbas de las madres que mueren de viejas, primero que sus hijos y sus hijas y rodeada de todos ellos y ellas, porque ninguno tuvo que ir a la guerra. 

La paz huele…

Y también sabe. 

Sabe a piangua del Pacífico, recogida por las manos de mujeres que cuidan el mangle. 

Sabe a los mangos de los Montes de María y Urabá, amarillos, rojos, dulces y un poco ácidos también; a mangos pequeños y grandes, que se recogen del suelo mientras se camina sin miedo a una mina o a desaparecer de regreso a la casa.  

Sabe a pescado y a cangrejo, recogidos por los hombres caribeños, quienes durante la madrugada y el amanecer observan cómo les ha sido devuelta su playa y su mar.

Sabe a yuca y a cilantro cimarrón del Vaupés, sabe a papas del altiplano cundiboyacense, que se pagan a precios justos y que alimenta más allá de la sabana.   

Sabe a leche y sabe a queso, a maíz, arepa, a plátano y a café, de ese que se prepara con panela y que se ofrece en casas de Nariño, de Antioquia y del Valle, porque allá no hay miedo al forastero. 

Sabe a olla comunitaria, de las que se hace en la Minga, que evoca ancestros, limpia el cuerpo, aclara la mente y le da sinceridad a la palabra, para juntar, conciliar y acordar.      

¿A qué más crees que huele y sabe la paz de Colombia?

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