Etnografía como poesía: una forma de transformar el estigma en orgullo

Gabriela Eraso V – 2019-04-10

Por: Gabriela Eraso V

Puerto Valdivia- La Novia, Curillo, Caquetá. 2017.

¿Cómo hacer de la investigación un ejercicio de movilización que pueda romper la criminalización de las y los cultivadores de coca de la Amazonía?

Para resolver estos interrogantes, Estefanía Ciro, una investigadora oriunda del Caquetá, ha dedicado los últimos 13 años a entender este territorio combinando sus conocimientos en economía, historia y sociología para descifrar, a través de las historias de vida de campesinos y campesinas cocaleras, las transformaciones individuales y sociales de las mujeres cultivadoras, la violencia en el campo y los argumentos para legitimar el cultivo de esta planta. Pero, sobre todo, descubrió en La etnografía como poesía, una forma de transmitir y movilizar pensamientos y sentimientos en torno a esta estigmatizada actividad.

Las mujeres campesinas del Caquetá y la coca

Las mujeres campesinas del Caquetá, en la región amazónica, encontraron en el cultivo de coca una salida para ganar autonomía económica y resolver las desigualdades derivadas de los roles familiares marcados por el género. “Muchas mujeres estaban cansadas de negociar la plata a sus maridos: ¡oiga! necesito plata para los niños, para la ropa, para mi ropa interior, mis cosas. Era insostenible, para ellas, negociar eso a diario”, cuenta Estefanía. Entonces pactaron con ellos encargarse de un “codito”, un pedazo de tierra, en el que podían cultivar la coca, realizar todo el proceso productivo y recibir las ganancias sin tener que compartirlas.

Otras mujeres de la zona, cansadas de cocinar cuatro comidas diarias para “los raspachines”, jornaleros que recolectan la coca, decidieron marcharse en busca de independencia o negociaron con sus maridos nuevas formas de administrar la tierra.

“Las mujeres encontraron en los territorios cocaleros un proyecto de vida”, asegura Estefanía. Sin embargo, las fallas en la implementación del acuerdo de paz, desconocen y ponen en riesgo el espacio de autonomía que ganaron y sus dinámicas. “Ese “codito” del cual vivía la mujer ya no lo tiene, porque el acuerdo de sustitución lo firmaron el hombre y la mujer y el ingreso que antes era de ella, ahora tiene que negociarlo con el marido en un proyecto productivo conjunto”, advierte Estefanía.

Este no es el único problema en la vida de las mujeres cocaleras de esta región, muchas son sobrevivientes de múltiples violencias perpetradas en todos los ámbitos: en el hogar, en el marco del conflicto armado y el proyecto Estado-nación colombiano que no comprende su realidad y el impacto diferencial del conflicto sobre ellas. “El campesino vive el estigma de la política de drogas, la pobreza y la vulnerabilidad del campo. Pero a la campesina se le suman los roles patriarcales de lo rural y una mujer que también es un sujeto de violencia, su cuerpo es un trofeo en un contexto de guerra”, afirma Estefanía.

“En la colonización amazónica ellas han tenido un papel en el que, siendo sobrevivientes de masacres,  han tenido que sacar adelante a sus familias. Segundo, ellas son quienes han tenido que sobrevivir a las condiciones de un patriarcado rural muy excluyente, violento y muy estricto en la forma de ver a la mujer y su rol y, tercero, la política de drogas se ha encargado de crearnos unos monstruos, unos imaginarios sobre “la cocalera” diciendo que estas mujeres son las que envenenan a nuestras juventudes y esto le sirve al proyecto hegemónico para legitimar el uso de la violencia sobre ellas”, concluye Estefanía.

Estudiando el pasado y el presente de las mujeres cocaleras, esta investigadora llegó a la conclusión de que era necesario transformar el estigma de su labor en orgullo. “Una de las cosas que vi en mi tesis es que, más allá de decir que la política de drogas está mal, es necesario ver que al final del Plan Colombia los campesinos y campesinas sintieron no sólo que estaban haciendo algo mal y que tenían que limpiar ese dinero que viene de la coca, sino que vivían una sensación de culpa y una naturalización del estigma. Entonces una de mis dudas fue ¿cómo hacer de este estigma un orgullo? Lo que ellas y ellos hacen, son ejercicios faraónicos de construir vidas en los lugares más inhóspitos y en los lugares más violentados. Entonces me pregunté ¿Cómo hacer de este procesamiento de pasta base, de este cultivo de una mata que es tan bella como la coca y de lo que ellos enfrentan en su vida un motivo de orgullo, no un motivo de culpa o delito?”, se cuestionó. 

Con todas estas reflexiones rondando en su cabeza, Estefanía decidió aprovechar sus conocimientos para escribir poemas que, de forma coloquial, contaran la realidad de las campesinas y campesinos cultivadores de coca: La etnografía como poesía.

Las instantáneas del Yarí

El entramado de la historia de La etnografía como poesía comienza a gestarse en 2016 al calor de la Décima Conferencia de las FARC. Un evento que llevó a 2500 personas, entre ellas 500 periodistas de 250 medios de comunicación, a Brisas del Diamante, un caserío situado en el corazón del Yarí, una serie de llanos ubicados en la intersección de los departamentos del Meta, Caquetá y Guaviare, habitado por no más de 15 familias. Fue la primera vez que una conferencia de las FARC se abría al público; un hito muy importante para un país que se encontraba expectante ante el Acuerdo de Paz. Sin embargo, quienes llegaron a cubrir la noticia no contaban con que la señal de internet sería nula. Para las grandes cadenas con sistemas satelitales este no era un problema, pero para los medios más pequeños la instantaneidad de la información se convirtió en todo un reto.

En las noticias, la rutina de las y los guerrilleros era todo un acontecimiento narrado con detalle. Sin embargo como investigadora, Estefanía decidió apostar por otro relato, por una mirada más amplia que hablara del Caquetá, del contexto de la conferencia, del viaje al Yarí atravesando 12 horas de trocha, de una comunidad marchando contra la incursión petrolera, de las voces de los otros y las otras y de sus “cotidianidades que surten y dan vida a los grandes acontecimientos”.

Este fue el preámbulo para presentar las tensiones estructurales de su territorio desde lo instantáneo y plantearse el reto de romper los estigmas naturalizados frente a las y los campesinos cultivadores de coca. A través de una poesía coloquial, Estefanía empezó a cuestionar la metodología de observación cualitativa, la depredación de la Academia y su ejercicio como investigadora. “Cómo en nuestros libros, cómo en nuestras tesis podemos provocar reflexiones, crear discusiones de lo que nosotros como académicos vemos en las juntas de acción comunal, en las regiones, en las organizaciones campesinas, en las organizaciones cocaleras, en los comités de mujeres”, menciona Estefanía.

Poemas que abren la discusión sobre la política de drogas. “Lo primero es acabar con el prohibicionismo para acabar con la criminalización, porque sin esto no va a haber alternativas de mejoramiento de la calidad de vida en el campo. Y este cambio debe pensarse en unas claves específicas; una de las primeras claves es no pensar en términos de sustitución, porque la sustitución enraíza el problema de la criminalización. Hay que pensar en términos de transformación rural y de oportunidades para hombres y mujeres campesinos”, concluye Estefanía quien, tras recopilar sus poemas realizados a partir de las historias de las campesinas y campesinos, planea regresar al territorio para compartir sus escritos y comenzar a dinamizar una discusión que impacte en la política de drogas y convierta el estigma del trabajo cocalero en un motivo de orgullo.

La Cristalina 

“Es una historia que el país no recuerda, pero que en el Caquetá fue muy famosa”. En los años 2000, campesinas y campesinos del Caquetá fueron obligados a desplazarse a causa de las fumigaciones que intentaban acabar con los cultivos de coca, y durante una fumigación una cultivadora fue “bañada con glifosato”. Hoy, 19 años después, esta triste narración cobra fuerza porque su caso fue aceptado por la Corte Penal Internacional para ser estudiado, marcando un paso enorme para las víctimas de este herbicida y para la familia “que todavía no tiene consuelo ni reparación”.

Poema la Cristalina. Autora: Estefanía Ciro

Este boletín se realizó gracias al apoyo del Fondo Sueco Noruego de Cooperación (FOS).