– 2013-09-05
Agosto ha sido un mes marcado por la tensión y la incertidumbre en La Habana. El día 23 de ese mes, las Farc declaró “una pausa” en los diálogos con el Gobierno para analizar la propuesta de referendo de un eventual acuerdo de paz defendida por el Ejecutivo.
Adelantándose a la agenda acordada por las partes, el presidente Juan Manuel Santos radicó ante el Congreso un proyecto de ley estatutaria, con mensaje de urgencia, para hacer que el referendo pueda coincidir con alguno de los procesos electorales de 2014; las elecciones del Congreso de marzo o las presidenciales del 25 de mayo. “Una maniobra electoral” según la guerrilla, que apuesta por convocar una asamblea nacional constituyente como formato para la refrendación de los acuerdos a los que se llegue en la Habana.
Tras un fin de semana de pausa e incertidumbre, los delegados de las Farc y del gobierno volvieron a la mesa para retomar el orden de la agenda de las negociaciones y seguir avanzando en el segundo punto dedicado a la participación política.
Aparcado el desencuentro sobre cómo refrendar el eventual acuerdo de paz, es momento de analizar los retos venideros como los que encierra el tercer punto de la agenda que, bajo el genérico título de “Fin del conflicto”, engloba un proceso clave para la estabilidad y el futuro de la paz en Colombia; el proceso de Desarme, Desmovilización y Reintegración, DDR.
De cómo se realice la entrega y destrucción de las armas, la disolución de las unidades armadas y la reintegración de los y las combatientes en la vida civil dependerá en gran medida que el conflicto se cierre en firme evitando el surgimiento de otros tipos de violencias como ha sucedido en el pasado.
Una breve mirada histórica
Colombia acumula una vasta experiencia en procesos de DDR de los que se pueden extraer aciertos y errores a tener en cuenta en el proceso de negociación en curso.
En los años 90 nueve grupos guerrilleros- el Movimiento 19 de Abril (M-19), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL), la Corriente de Renovación Socialista (CRS), el Comando Ernesto Rojas (CER), las Milicias Populares de Medellín (MPM), el Frente Francisco Garnica y el Movimiento Independiente Revolucionario – Comandos Armados (MIR – COAR)-, dejaron las armas. Bajo la coordinación de la Dirección General para la Reinserción, 2.505 personas abandonaron la lucha armada entre 1998 y 2002 de forma individual ya que no se dieron acuerdos formales con ninguno de los grupos.
En 2003 el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez inició una polémica negociación para desmantelar unidades paramilitares bajo la regulación de la Ley de Justicia y Paz, ley 975 de 2005, y la coordinación de la Alta Consejería para la Paz y posteriormente de la Alta Consejería para la Reintegración (ACR). Un cuestionado proceso repleto de fallas que se relacionan directamente con la aparición de las denominadas bandas emergentes, bacrim o neoparamilitarismo.
Desde la academia y desde la experiencia vital analizamos algunas de las claves del reto que entraña un eventual proceso de DDR de las Farc de la mano de Yoana Fernanda Nieto Valdivieso, investigadora independiente y coautora de «Mujeres no contadas. Procesos de desmovilización y retorno a la vida civil de mujeres excombatientes en Colombia 1990-2003» y Sandra Milena Sandoval, desmovilizada individual de las Farc. Dos mujeres que coinciden en señalar que de la reintegración y la reinserción de los y las excombatientes dependerá el futuro de la paz en Colombia. También coinciden en destacar la importancia de dotar al eventual proceso de DDR de las Farc de un enfoque diferencial teniendo en cuenta que se calcula que un 40% de los combatientes de esta guerrilla son mujeres.
Algunas claves según Yoana Fernanda Nieto Valdivieso:
Atención psicosocial
En la realización de la investigación «Mujeres no contadas”, Nieto Valdivieso tuvo la oportunidad de entrevistarse con numerosas mujeres que se desmovilizaron hace más de 20 años. Para esta investigadora independiente hay que aprender de los errores cometidos en el pasado: “¿Cuál fue el problema con esas desmovilizaciones de los 90? Que, por ejemplo, en los beneficios nunca se contempló la atención psicosocial y si tú te reúnes ahorita con las mujeres que se desmovilizaron en los procesos de los 90-94 todas siguen diciendo, después de veintitantos años, que todavía necesitan la atención psicosocial”. Respecto a los procesos de desmovilización posteriores Yoana Fernanda llama la atención sobre la demonización de la experiencia armada de los desmovilizados. “Yo siento que estos otros procesos nuevos de las desmovilizaciones individuales, aunque se ha metido el tema psicosocial se ha incluido de una manera muy patologizante de la experiencia. Aunque existe una atención, no ayuda a resignificar la experiencia sino que da una sensación de culpa y de querer olvidar completamente. Y eso es muy complicado. Si tú has pasado 10 años de tu vida en un grupo armado y no puedes rescatar nada valioso de tu experiencia… Independientemente de los componentes éticos que eso tenga, hay que darles una atención que no los patologice porque eso no le permite a la gente resignificar”.
La atención psicosocial es clave para esta investigadora colombiana. Una atención que, a su parecer, debe arrancar desde el primer momento del proceso, cuando las tropas se concentran en campamentos temporales antes de regresar a la vida civil. Algo que no sucedió en los años 90. “Era gente que había pasado mucho tiempo en el monte y salía a la ciudad sin haber pagado nunca un arriendo, sin ir a mercar… Y pasan a una institucionalización total de la vida cotidiana. Hay muchas cosas que no tienes y que cuando sales a la vida civil debes enfrentar. Creo que ese proceso de atención psicosocial debería empezar desde los campamentos, algo que no se ha hecho nunca. Con los individuales no hay manera de hacerlo pero creo que el momento del campamento es un momento fundamental, que en el pasado no se miró tanto y que ahorita hay que ver cómo se apoya en esos campamentos antes de la salida”.
Enfoque diferencial
“Una de las cosas terribles que pasó en los 90 con algunas organizaciones es que se armaron unas listas y generalmente los que arman las listas son los comandantes. En las listas muchas veces si salías con tu compañero decían que no había suficiente espacio para darles individualmente y que se iban a otorgar los beneficios por parejas. Muchas veces después de la desmovilización las parejas se rompen y, así no se rompan, no te pueden decir que le dan educación a tu marido pero no te la dan a ti o que el beneficio económico se lo dan a tu marido pero no a ti. Ese fue uno de los grandes problemas. Las mujeres se quejaron pero muchas quedaron por fuera de beneficios porque se los daban a los hombres. Además no se tiene en cuenta que muchas veces para las mujeres acceder a la educación es más complicado porque tienen hijos y son ellas quienes los cuidan. En las entrevistas que hicimos con Luz María Londoño en 2005 en “Mujeres no contadas”, una mujer del Cauca (nos decía) que en ese momento estaba terminando sus estudios universitarios, mientras su hermano, que había militado en la misma organización y que se había desmovilizado al mismo tiempo, había terminado la universidad hacía 5 años y había hecho una maestría. Para las mujeres es mucho más difícil acceder a la educación y eso también les hace la vida más complicada. La ruptura con las parejas es otra cosa fundamental. Muchas de ellas eran mujeres que servían en la lucha y que eran mujeres liberadas. Cuando vuelven a la vida civil esas mujeres liberadas, esas mujeres que hablan por sí solas, esas mujeres que son diferentes, esas mujeres ya no les sirven a los hombres. Entonces se rompen muchas relaciones y los hombres se van con mujeres que nunca han estado en el grupo armado porque están más calladitas, porque son menos complicadas en cierta manera. Lo que yo he visto con chicas más recientemente es que hay unos niveles de violencia intrafamiliar altísimos y siento que el problema se limita a decir que es un asunto de trabajar las masculinidades de la guerra. Aunque es cierto que es necesario trabajar las masculinidades, creo que hay que mirar de una manera mucho más detenida el asunto de los patrones de violencia al interior de las familias después de la desmovilización porque hay un rompimiento completo de roles y si tú no resignificas esos roles no estás cambiando nada. Otro problema grave son las viudas, por ejemplo. El único grupo que se desmovilizó en los 90, exactamente en el 94, que tuvo en cuenta un programa chiquito para las viudas fue la Corriente de Renovación Socialista. Las mujeres viudas de combatientes, algunas de ellas que no fueron combatientes directas pero que fueron colaboradoras, generalmente quedan desamparadas y eso también se ha mostrado bastante complicado 20 años después en muchas mujeres que no han podido rehacer su vida”, se lamenta Yoana Fernanda.
Alternativas económicas
Foto: Prensa rural |
Como ya ha señalado Nieto Valdivieso los y las excombatientes regresan a la vida civil tras pasar años o décadas en el monte. Garantizar la inserción económica es fundamental para garantizar una reintegración en la sociedad. “Otras cosas que vimos importantes y que yo creo que se sigue repitiendo aunque el gobierno diga que eso ha cambiado, es la idea de que todas las personas que salen, hombres y mujeres, van a ser pequeños empresarios. Esa idea de que van a poder crear microempresas creo que no ha funcionado para nada. Creo que la única empresa exitosa es una empresa de transportes que se creó en la zona cafetera. La mayoría de las empleadas son mujeres desmovilizadas del EPL y es una de las pocas empresas que sigue funcionando. Las mujeres en esas empresas ocupan cargos medios, los cargos directivos los ocupan los hombres, ellas cumplen más papeles de secretarias, de limpiadoras… Aunque se creen esos espacios, las mujeres siguen siendo relegadas a roles tradicionales. No se han dado alternativas diferentes. Al principio la perspectiva diferencial que ponían era ofrecer cursos de costura y panadería a las mujeres para que crearan microempresas y a los hombres de mecánica. Tengo la sensación de que eso sigue siendo muy parecido. Hay otra cosa que nos dimos cuenta y es que muchas mujeres tenían unos saberes, cosas que aprendieron en la guerra, que nunca fueron aprovechados. Hay mujeres que nunca tuvieron título de enfermería, que tendrían primaria, pero que en la guerra se convirtieron en enfermeras de guerra, otras eran expertas en comunicaciones. Y cuando salen, esos saberes nunca se aprovechan. Es como si esa vida fuese borrón y cuenta nueva. Esos saberes concretos que se aprenden en la guerra se desecharon completamente y muchas tenían unos saberes increíbles”.
Lidiar con el duelo y el trauma de la guerra
“Hay que rodear a las mujeres inmensamente porque los mismos compañeros les hicieron la vida de cuadritos chiquititos. No conozco muy bien el discurso de las Farc en este momento, pero siento que todavía está la idea de que la lucha de clases es más importante que la lucha de las mujeres y que se mantiene esa suposición de que si se logra cambiar el mundo en términos de clase pues ya entonces todas las luchas están ganadas. Para muchas mujeres fue muy importante encontrarse con grupos de mujeres feministas que empezaron a ir a los campamentos y empezaron a hablar y a hacer talleres. Una de las cosas a las que habría que apostarle es a poder acompañar a las mujeres en los campamentos, eso va a ser fundamental. Y a las niñas porque el tema de los niños y las niñas va a ser fundamental. Yo no sé cómo será con las Farc, pero hablando con mujeres del ELN muchas habían dejado a sus hijos con colaboradores y colaboradoras y cuando volvieron sus hijos no las reconocían, muchas los perdieron. Es uno de los grandes dolores que deja la guerra. Poder trabajar y brindarles a ellas espacios donde puedan hablar de estos dolores abiertamente con otras mujeres que han vivido la experiencia será fundamental. Que puedan hablar con mujeres de los 90 o con mujeres que vienen de otros colectivos y de otros procesos sería uno de los grandes retos. Poder armar ese abrazo y compartir entre mujeres. Otro tema es el de los niños y niñas combatientes que salen muy perdidos porque para ellos su familia era el comandante, los compañeros… Muchos han dejado sus casas por situaciones de violencias y volver a una familia expulsora es complicado, no es tan fácil. Algunas de las niñas que entrevistamos hasta lograr encontrar su camino en la vida se perdieron un poco. Algunas trataron de volver a otro grupo, otras solo después de 20 años pudieron empezar a decir quién soy, qué quiero. Creo que tendríamos que inventarnos otras maneras de lidiar con el duelo y el trauma que deja la guerra”, concluye Yoana Fernanda.
En primera persona
Sandra Milena Sandoval ha pasado por muchas de las situaciones descritas por Nieto Valdivieso. Indígena Nasa del Norte del Cauca entró en las Farc por “una suma de historias” que desgrana de esta manera: “Me crié en un territorio indígena históricamente de resistencia y presencia guerrillera, pude ver la incidencia negativa de las Fuerzas Armadas del Estado cuando ingresan en territorio rural y en mi casa fui abusada sexualmente y maltratada”.
Entró en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia convencida de que podía hacer un cambio desde las armas. “Estaba dispuesta a dar mi vida y morir en las Farc, a pesar de tener una hija”. Permaneció en la guerrilla durante cinco años en los que llegó a ser comandante de escuadra pero, por motivos de seguridad, decidió optar por una desmovilización individual.
Una década después, la experiencia de Sandra da buena cuenta de las falencias del programa de DDR y de las vicisitudes que enfrentan las mujeres desmovilizadas. Acusada de traición por quienes fueron sus compañeros de lucha no ha podido volver a su territorio y reside en una gran ciudad. La relación con su primera hija es más tensa que la que mantiene con sus hijas nacidas tras su regreso a la vida civil. Actualmente está desocupada y en busca de trabajo. Aunque, según denuncia, el programa del gobierno incentiva el individualismo para borrar el carácter político de los excombatientes Sandra ha participado en diferentes espacios que tratan los temas de DDR y hace parte activa de procesos organizativos de población desmovilizada. Tras vivir y estudiar las rutas para lograr una verdadera reintegración, estas son algunas de sus conclusiones:
«El programa del gobierno se debe replantear en su totalidad. Este programa que tenemos ahora hay que reestructurarlo para poder recibir un nuevo proceso de desmovilización porque ha tenido muchos errores y porque no hay una verdadera reintegración. Actualmente la mayoría de los excombatientes, tanto de las AUC como de guerrillas que estábamos desmovilizados, sigue en ese círculo vicioso de violencia y de que no hay oportunidades. Eso es gravísimo, porque no hay una ruta, una política seria de reintegración. Se debe construir una política de DDR que apunte sobre todo a la reintegración, porque la reintegración es la que permite que esas personas, de verdad, hagan otra vez parte de la sociedad, que ya no le hagan daño a esa sociedad sino que reconstruyan a la par con esa sociedad. La reintegración no debe de ser solo para el excombatiente, sino que debe de ser con sus familias y con la comunidad. La reintegración debe ser para el conjunto de la sociedad para poder entender, para poder darle cabida a ese ciudadano excombatiente”.
“Entre los errores que no se deben cometer en el futuro programa lo primero son las líneas diferenciales. Se deben construir las líneas de atención y de rutas diferenciales para los y las excombatientes. Diferencial en el sentido de la diversidad misma de la población, cultural, étnica, sexual… Pero con especial énfasis a una línea de atención a mujeres. Yo parto del principio de que la mujer es un actor importante dentro del núcleo familiar y por ende de la sociedad. Entonces sino hay una reintegración diferenciada, que tenga líneas específicas para las mujeres, esas mujeres pueden seguir repitiendo signos de violencia con ellas, con sus hijos, permitir también muchas cosas. Hay que sanar porque hay mujeres que vivieron historias no muy gratas en la guerra, pero también hay que sanar lo que les pasó antes y que fueron las causas que les llevaron a entrar en un grupo armado. Garantías de no repetición de unos hechos pero también de lo que pasó antes. Que no se pueda volver a repetir que una mujer porte un fusil o vaya a un grupo armado porque sea una salida económica, por la necesidad de transformación social… Que esos espacios de transformación se tengan que dar acá en la sociedad, no portando un arma”.
“En un futuro programa de reintegración se tienen que tener en cuenta la educación, la forma de empleabilidad y los lugares espaciales en los que se van a ubicar. No hay necesidad de ubicar a excombatientes que vienen del campo en una ciudad donde vamos a tener otras guerras, nuevas guerras. Afrontar nuevas dificultades como la dificultad social y de seguridad que se enfrenta en la ciudad, es estar expuesto a otras guerras como las delincuencias comunes. Hay que replantear muchas cosas, hay que reestructurarlo. Yo no veo a la Alta Consejería para la Reintegración (ACR) atendiendo a la futura población excombatiente de las Farc. La ACR no es una institución adecuada, no lo ha sido para nosotros y no creo que lo vaya a ser. No es un ataque a la institución porque sea el Estado, es porque si queremos pensar en un proceso de paz, si queremos pensar en una sociedad diferente, se necesitan planteamientos, lineamientos claros y rutas específicas. No es solo la reintegración y el no uso de las armas, es la reintegración y el no uso de la violencia y eso no solo está en los excombatientes, está en mucha parte de la sociedad. La violencia se ha estructurado en la sociedad. Tenemos una sociedad enferma de las violencias que se han dado. Yo creo que la reintegración es de forma conjunta, integral e incluyente. El DDR de las Farc debe funcionar porque debe garantizar que no haya repetición y la reintegración misma debe aportar a la paz”.