La primera vuelta de las presidenciales, celebradas el 25 de mayo en Colombia, ha dejado cifras dignas de análisis. El primer dato reseñable habla de la apatía que despierta la política en un amplio sector del electorado. Un 60% de las colombianas y los colombianos desdeñaron su derecho al voto y dejaron el rumbo del país en manos de otros. Un índice de abstención, el más alto de los últimos 12 años, que pone en cuestión la legitimidad, o al menos la representatividad, de esta consulta popular. A la indiferencia de unos se suma la indignación de otros- un 6%- que optaron por votar en blanco, poniendo sobre la mesa otro creciente fenómeno; la falta de confianza y el rechazo que genera la actual clase política colombiana.
Analizando los resultados por partidos, es evidente que la derecha colombiana ha vuelto a desbancar a las opciones de izquierda. Los tres candidatos más votados defienden un ideario de derecha y juntos suman el 70,46 % de los sufragios; Óscar Iván Zuluaga del Centro Democrático, con un 29,25%, Juan Manuel Santos de la Coalición Unidad Nacional, con un 25,69% y Marta Lucía Ramírez del Partido Conservador, con un 15,52%. La derechización de Colombia sigue en plena forma, a pesar de que la alianza del Polo Democrático y la Unión Patriótica, liderada por Clara López y Aida Avella, ha superado todas las previsiones logrando un 15,23% de los votos.
La alargada sombra de Álvaro Uribe
El expresidente Álvaro Uribe ha vuelto a demostrar su poder sobre el electorado colombiano. Si en 2010 logró aupar a su entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, creyendo que así se garantizaba un gobierno continuista, en 2014 ha vuelto a repetir la hazaña y ha llevado a la primera posición a quien, hasta hace unos meses, era un desconocido para muchos, Oscar Iván Zuluaga.
Con Santos la jugada le salió mal y el delfín se volvió tiburón desmarcándose, e incluso enfrentándose, a quien fuera su mentor. El desencuentro que ha roto su relación se ha convertido en uno de los temas estrella de la campaña; el proceso de paz abierto con la insurgencia de las Farc-EP en La Habana. Otrora defensor a ultranza de la Política de Seguridad Democrática, convertido en presidente Santos decidió optar por el diálogo para intentar poner fin al conflicto armado en Colombia. Por su parte Uribe se ha mantenido enrocado en su apuesta por las armas como única salida y promete poner todos los palos posibles en las ruedas del proceso desde la curul lograda en el Senado tras las elecciones legislativas del 9 de marzo. De imponerse en la segunda vuelta, su nuevo delfín, Oscar Iván Zuluaga, haría lo propio desde la Presidencia.
El duelo entre Zuluaga y Santos, previsto para el próximo 15 de junio, pone al resto de fuerzas políticas y al electorado colombiano frente a la responsabilidad de elegir entre la paz y la guerra.
Tras año y medio de negociaciones, el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), han logrado ponerse de acuerdo en tres de los seis puntos que componen la agenda del Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. Temas complejos y de gran calado como la reforma agraria, la participación política y el problema de las drogas ilícitas que han comenzado a levantar los cimientos de una futura paz en Colombia. El desafío para alcanzar una paz estable y duradera que garantice la justicia social y destierre el fantasma de la impunidad es enorme, pero hay que seguir avanzando en ese camino y, apartadas de la contienda otras posibilidades ideológicas, hoy la única opción la representa la candidatura de Juan Manuel Santos. Oportunidades así no se repiten muchas veces en la historia y el pasado demuestra que la vía armada solo ha dejado muertes, injusticias y dolor en Colombia. Con más de seis millones de personas víctimas del conflicto armado, los y las colombianas se merecen conocer un país en paz y pueden estar más cerca de lograrlo a través de su voto.