Rocío Martínez Montoya – 2019-11-20
¡MI cuerpo dice la verdad!, fue el mensaje central escogido por la Comisión de la Verdad para el primer encuentro por la Verdad que estuvo dedicado al reconocimiento de las violencias sexuales ejercidas en el conflicto armado colombiano. El encuentro realizado el pasado mes de junio tuvo lugar en el Teatro Adolfo Mejía de Cartagena y estuvieron invitadas mujeres y personas LGBTI víctimas de violencia sexual de todo el país que escucharon en el transcurso de una larga mañana una treintena de testimonios de violencias sexuales que fueron leídos en algunos casos por las víctimas directamente, y en otros casos por terceros que por unos minutos fueron las voces de quienes no podían estar ahí.
El encuentro ratificó que las violencias sexuales han sido cometidas por todos los grupos armados ilegales y legales y civiles amparados en la guerra, y que estas violencias se han ejercido particularmente sobre el cuerpo de las niñas, adolescentes y mujeres. Siguiendo los crueles y desgarradores testimonios presentados, es evidente que la violencia sexual ha sido usada en todo el país con distintos fines: dominar y controlar el cuerpo de las mujeres, castigar, aleccionar, enviar mensajes a los enemigos inscritos en el cuerpo de las víctimas, acallar los liderazgos y amedrentar. Se evidencia también la exacerbación de estas violencias sobre el cuerpo de las niñas y adolescentes afrocolombianas, indígenas y campesinas.
Un segundo encuentro territorial con mujeres y población LGBT fue realizado en julio, en el municipio de La Dorada Caldas. En este encuentro se realizó un panel en el que se abordaron las violencias de género que han tenido lugar en la región y las mujeres presentes interpelaron al panel desde sus experiencias vividas.
Hay por lo menos dos ideas centrales en ambos encuentros. La primera, es la idea de que estos espacios permiten el reconocimiento social y político de la ocurrencia de la violencia sexual. En efecto, a pesar de la larga documentación al respecto, de las más de 30.000 víctimas registradas a la fecha en el Registro Único de Víctimas y del arduo trabajo de las organizaciones de mujeres, se hace necesario insistir en que la violencia sexual no es un hecho aislado o colateral. No es un daño menor, remediable o inevitable causado por un escaso número de “desobedientes” combatientes. Se trata de un engranaje central en el conflicto y, por tanto, el SIVJRNR tiene la obligación de contemplar medidas específicas para esclarecer, documentar y juzgar los hechos de violencia sexual.
El Encuentro entonces buscó una doble interpelación; la de los grupos armados – paramilitares y FARC- principalmente y de la Fuerza Pública, que han negado una y otra vez que la violencia sexual ha sido una práctica extendida. También buscó una interpelación social, que parta del reconocimiento de que esto que ha sucedido no es natural o normal, y que en muchos casos sobre las víctimas se ha extendido un manto de desconfianza y estigmatización que ahonda las afectaciones de estas violencias.
La segunda idea que aparece en los Encuentros por la Verdad es que, a través de los testimonios de las víctimas de violencia sexual, y más específicamente de la escucha del país de lo que han vívido las víctimas es posible acercarse a la dignificación de las mujeres y personas LGBTI que han sido las víctimas no reconocidas de la guerra. Este mensaje de la contribución a la dignificación es usado frecuentemente en los medios de comunicación, por ejemplo, y este texto busca ahondar un poco en ello para lograr entender este intangible tan nombrado.
¿Qué es la dignidad? Este un concepto claramente occidental, con múltiples significados, pero podemos acodar que cuando hablamos de la dignidad humana nos referimos a un valor intrínseco de cada persona, que remite a su posibilidad de ser, de existir, de sentir y de pensar. La dignidad remite a la humanidad de cada persona. Así, la pregunta sería, ¿Por qué es usual decir que las víctimas de violencia sexual pierden su dignidad? ¿Por qué se considera que la dignidad puede ser arrebatada?
En Colombia, se ha usado con frecuencia la idea de la “dignidad de las mujeres” en relación con lo que suele llamarse el “honor” que no es otra cosa que un conjunto de cualidades relacionadas con la castidad, y con esa obligación que se impone socialmente a las mujeres de estar defendiendo su “castidad” de los hombres. Así, el contenido que socialmente se le da al concepto de dignidad esta atravesado por ideas patriarcales y racistas, que subyacen la idea de que en las mujeres la dignidad está directamente relacionada con el control de sus cuerpos.
Así, de las mujeres que han sido víctimas de violencia sexual se duda, se pone en entredicho la veracidad de lo que les ha sucedido, y más aún cuando no demuestra pruebas físicas de haber intentado defenderse, es decir, de no haber “cuidado” su dignidad adecuadamente. De las mujeres que ejercen el trabajo sexual se considera que su violencia es menos grave porque no se les considera “dignas” socialmente. Esto se relaciona directamente con el sentimiento de culpa tan extendido en las mujeres que han sido víctimas de estas violencias, la sensación de no haber hecho algo para evitar lo que les sucedió o de haber hecho algo para provocarlo.
La sensación de pérdida de dignidad de las mujeres tiene que ver con la noción de no haber cumplido el mandato social de cuidar de su honra. La contraparte es la extendida idea de que los hombres no pueden contener sus supuestos “instintos sexuales”. En el caso de niñas y adolescentes esta idea se agrava, en tanto aún en algunos contextos la dignidad se relaciona con la castidad. Estas ideas socialmente aceptadas de una dignidad de las mujeres con un contenido distinto a la dignidad de los hombres contribuyen a las múltiples respuestas sociales revictimizantes: la culpabilización, la estigmatización y las discriminaciones que sufren las mujeres y que tienen implicaciones en la respuesta que en algunos casos brinda el sistema de salud, de justicia y de educación.
Más, si recuperamos la idea de dignidad humana, que no es diferencial entre los géneros, sino que se remite al valor intrínseco de la vida y de la posibilidad de vivir esa vida siempre de forma única, la violencia sexual no arrebata la dignidad de las víctimas. La violencia sexual es una forma de expropiar el cuerpo de las mujeres temporalmente o incluso en tiempos extendidos, de generar marcas e inscripciones de horror y dolor sobre el cuerpo y la memoria, de lastimar de manera honda la vida de una persona, pero no es una forma de arrebatarle la dignidad.
Las niñas y mujeres son dignas sí o sí, independientemente de las violencias que se han ejercido sobre ellas, porque sus vidas tienen un valor por sí misma que no debe, ni puede ser arrebatado. Afirmar que la violencia sexual arrebata la dignidad de las mujeres sería equivalente a decir que las víctimas son “indignas” y que esto depende de las violaciones que sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres se ejerce. Sería reducir la humanidad de las víctimas a lo que otros violentamente hacen en sus cuerpos.
Independientemente de su trabajo, de su condición social y económica, de su adscripción étnica, de su edad, de su escolaridad, las mujeres son dignas. Entonces, un mensaje importante será empezar a revisar la idea de no poner en duda la dignidad de las mujeres que son víctimas de violencias sexuales.
Esto no puede confundirse con la idea de que las mujeres merecen vivir “una vida digna”. Aquí, la dignidad no se refiere al valor de la vida en sí mismo, sino a las condiciones económicas, sociales, políticas que permiten que las personas puedan vivir en condiciones apropiadas. En este sentido es evidente que aún antes de la violencia sexual, las víctimas con mucha frecuencia no tenían condiciones dignas de vivir: se trata de mujeres empobrecidas, en algunos casos sometidas a violencias en sus contextos familiares, con limitadas opciones educativas, sin acceso a servicios de salud de calidad, con restringido acceso a la tierra, y con múltiples restricciones para decidir sobre sus cuerpos.
Por ello, cuando nos referimos a restaurar la dignidad de las violencias de violencia sexual, y esto es central porque tiene que ver directamente con la reparación y las garantías de no repetición, se trata de poder garantizar que las víctimas de violencia sexual puedan tener condiciones para tener una vida digna. En otras palabras, se trata de la obligación del Estado de garantizar a las mujeres condiciones para vivir – en dignidad – y de la sociedad en general, de realizar los cambios socioculturales para eliminar los estereotipos racistas, clasistas y de género que contribuyen a perpetuar la idea de que la dignidad de las mujeres se pierde cuando son víctimas de violencia sexual.