Gabriela Eraso V – 2019-12-04
El primero “Kusikawsay” o “vida nueva y venturosa”, por su traducción del quechua al español, del artista Mario Opazo se inauguró en agosto del presente año en la sede de las Naciones Unidas. Es una escultura inspirada en las canoas del río Magdalena y se construyó con las balas fundidas de la antigua guerrilla. El segundo, aún no se ha definido y el tercero “Fragmentos”, en el que nos detendremos, es una obra de la escultora Doris Salcedo, quien lo conceptualizó como un contra-monumento en honor a las víctimas de violencia sexual del conflicto armado.
En el punto tres sobre dejación de armas del Acuerdo de terminación del Conflicto, las partes firmantes plantearon la construcción de tres monumentos con la totalidad del armamento de las FARC – EP recibido por las Naciones Unidas: uno, en New York; otro, en Cuba y otro en el territorio nacional.
Es, como lo define su creadora, “una obra horizontal no una obra vertical, no un obelisco. Como escultora mujer lo último que yo que pienso es hacer un obelisco o un arco del triunfo porque tampoco soy guerrera, entonces no considero que la guerra nos permita triunfos. Todos perdimos la guerra y todos somos sobrevivientes de la guerra.”*
Con 37 toneladas de armas entregadas por las FARC- EP, se fundieron para crear 1.300 placas metálicas que cubren 800 metros cuadrados en una casa colonial del siglo XIX, ubicada en el corazón de la ciudad de Bogotá, muy cerca a la plaza de Bolívar y a la casa de Nariño para recordar desde la capital del país, el dolor y el daño causado por las armas y por quienes las portaban.
La escultora les entregó las placas a 20 mujeres víctimas de violencia sexual de este grupo armado, quienes las martillaron hasta deformarlas como una muestra de las cicatrices imborrables que dejó guerra en sus cuerpos. Y posteriormente, los desperdicios se volvieron a fundir de tal forma que la obra tuviera el mismo peso que las armas entregadas: “Con más fuerza le dábamos, con más ganas le dábamos, algunas nos apoyamos, pero no dolía. Una de mis expresiones fue ‘más dolió la guerra.’” Menciona una de las mujeres participantes.
¿Y qué otra forma podía tener la obra? Para su autora era impensable darles belleza a las armas u otorgarles una forma dirigida hacia el cielo o una forma fálica que le diera protagonismo a la masculinidad de la guerra. A diferencia, ella consideró que: “Las baldosas son el soporte físico y conceptual sobre el cual nosotros podemos enfrentar el futuro y la nueva realidad que vivimos.»
El contra-monumento, de acuerdo con la autora, es una obra colectiva en la que intervinieron: el Acuerdo de Paz; los arquitectos que diseñaron y construyeron en edificio; las personas que visitan la obra y desde su propia experiencia analizan el conflicto y las más importantes quienes deben estar en el centro de la implementación y la obra, las víctimas, especialmente las de violencia sexual.
La obra entrelaza los conceptos de superficie, silencio, vacío y ruina como una representación de la escala humana a la que se espera nos lleve la firma del Acuerdo y, un llamado a crear diálogos a partir de una plataforma física y conceptual que propone una reflexión constante sobre los efectos y rupturas del conflicto armado colombiano.
Al estar ubicada en el suelo simboliza la posibilidad de diálogo y encuentro de voces que estuvieron enfrentadas y permite que todas y todos la caminen en igualdad de condiciones.
La artista decidió que las mujeres víctimas de violencia sexual elaborarán la obra porque su voz ha sido silenciada durante el conflicto y después del Acuerdo. Y, aunque es muy valiosa su visibilización, también es pertinente preguntarse sobre qué tan representadas se pueden sentir las mujeres en esta obra de arte, qué tanto cuestiona a todos los actores armados sobre los móviles, impactos y reconocimiento de la violencia sexual en el marco del conflicto y qué tanto llama la atención de las instituciones del Sistema Integral (SIVJRNR) sobre los retos que tienen con estas víctimas y sobrevivientes, especialmente, en materia de verdad y reparación que debe ser abordada con gran responsabilidad para responder a las necesidades específicas de sus cuerpos, sus mentes y las afectaciones sociales y familiares causadas por su victimización.
Quizá, vale la pena recordar que, aunque de esta obra participaron en mayor medida mujeres víctima de las FARC- EP, es importante reconocer, también, a las víctimas de violencia sexual de excombatientes, agentes el Estado y de paramilitares en los escenarios de justicia, arte y en el relato del país.
*Entrevista realizada por la revista Arcadia en julio de 2018.